La Parte Maldita de la Filosofía: El Concepto Desatado

20Feb13

Algunos libros de historia de la filosofía suelen caer en el error de pretender alcanzar la neutralidad más férrea o la ley del ‘yo no me mojo’. No sucede así con las Lecciones Preliminares de Filosofía de Manuel García Morente. La historia de la filosofía también es un proyecto, diferente ciertamente de la llamada Filosofía de la Historia que nace con Kant. Pero a diferencia de ésta, la historia de la filosofía tal y como la trata Manuel García Morente es indisociable de un quehacer, mientras que la filosofía como tal, es un hacer, es la historia de un tipo muy especial de producción. En este sentido puede establecerse la conexión con Deleuze quien entendía la filosofía como esencialmente productiva frente a la clásica concepción contemplativa de la misma o simplemente, un trasunto únicamente de la lingüística, allí donde tanto la filosofía analítica anglosajona como la hermenéutica han hecho aguas. En la lectura de Lecciones Preliminares de Filosofía, Morente ha comprendido a la perfección que no se trataba de realizar un manual, siempre socorrido y útil en todo caso, sino de trazar líneas entre filosófos hasta el punto de conceder que el paso (el acontecimiento) entre por ejemplo Descartes y Kant es un paso de contornos difusos, una fondo vago e incluso tenebroso que funcionaría a modo de precursor oscuro en un primer momento y de fondo borroso en otro. Dicho de otro modo, Morente narra sus Lecciones haciéndonos notar que nos adentramos en algo oscuro, en un viaje del que no sabemos cómo hay que salir ni tampoco si debemos hacerlo. Lo que sí queda claro, es que esta incursión morenteana de la historia de la filosofía existe un proceso que se va actualizando a medida que el libro es escrito o leído. Los conceptos son expuestos como planos de inmanencia o como dispositivos que anuncian y expresan la fuerza de una resolución del pensamiento frente a un problema concreto. Esto además, es patente en García Morente en tanto en cuanto existe un préstamo sin deuda infinita o esa carrera de relevos, esa flecha lanzada a lo lejos que es recogida por otro el cual, a su vez, vuelve a lanzar al horizonte. Pero este lanzamiento de flecha, esta recogida de ‘testigo’, no se realiza en ningún momento de manera circular. No si como hemos dicho entendemos aquello que es la filosofía dentro del ámbito de la producción.

Como sea, el espacio de la producción filosófica jamás es circular o lineal, siempre existe una horadación como medio o en el medio que desplaza tal o cual elemento de un concepto a un plano de inmanencia distinto del que pertenecía el primero. Para ello, Morente no puede sino invitarnos a comprender los conceptos que va a mover puesto que “aunque es posible reducir los sistemas filosóficos de algunos grandes filósofos a una o dos fórmulas muy pregnantes, muy bien acuñadas […] ¿qué dicen esas formulas a quien no ha caminado a lo largo de las páginas de ese filósofo?” . Esto es crucial, porque actualmente existe una profunda incomprensión de lo que Deleuze entendió por filosofía pop o hacer filosofía a modo de eslóganes, los cuales nada tienen que ver con el paquete de frases de autoayuda más foto de fondo que tanto aparecen en Facebook, paquetes tipo ‘frase de consuelo’ o ‘consejo del día’.

La filosofía es una lucha y una agonía, un tira y afloja de disposiciones del cuerpo y del pensamiento o del cuerpo del pensamiento. Una posología delirante, que bien podría suscribir Jankélévitch. Ahora bien, una alquimia del saber implica un esfuerzo enorme y titánico y por descontado, un sometimiento al Afuera o a la violencia infernal de los signos. Y es ahí que uno – en nuestro caso el filósofo – se ve obligado a construir un plano de inmanencia, un orden que nos salve del caos…hasta cierto punto. Pues ya existe hoy un orden ad nauseam pop, una saturación no de contenido ni de palabras, sino de opiniones y superficialidades que sólo pueden desembocar en una total ignorancia. Ir precisamente de lo conocido a lo desconocido es lo que concierne al saber, es su base y la filosofía entonces será esa philia aberrante que nos saca de quicio, que nos introyecta en el Afuera del pensamiento y del cuerpo. Nuevamente, la historia de la filosofía es la historia de una dimensión de ese habérselas productivo en la introyección arriba mencionada. La filosofía hay que morirla y vivirla, o es pura fantasmagoría. Y para ello es necesario adentrarnos en una profunda selva o katajungla, donde el único imperativo existe no es el categórico, sino el de navegación. En palabras de Morente:

Para vivirla [la filosofía] es indispensable entrar en ella como se entra en una selva; entrar en ella a explorarla. En esta primera exploración, evidentemente no viviremos la totalidad de ese territorio que se llama filosofía. Pasearemos por algunas de sus avenidas; entraremos en algunos de sus claros y de sus bosques; viviremos realmente algunas de sus cuestiones, pero otras ni siquiera sabremos que existen quizá. Podremos de esas otras o de la totalidad del territorio filosófico, tener alguna idea, algún esquema, como cuando preparamos algún viaje tenemos de antemano una idea o un esquema leyendo el Baedeker previamente. Pero vivir, vivir la realidad filosófica, es algo que no podremos hacer más que en un cierto número de cuestiones y desde ciertos puntos de vista.

Y sucede que muchas de estas cuestiones tienen vistas o entradas y salidas cosmológicas, geológicas, astrológicas, biológicas, necrológicas, etc. Ello quiere decir que el pensamiento no está cerrado, clausurado ab initio. Ahora bien, el pensamiento puede cerrar y clausurarse y puede performar una filosofía justamente de la clausura. La historia ya de por sí es una tragedia, un estar abierto que difícilmente ha sido soportado por decenas de filósofos. Si la filosofía se sumerge en una tendencia acumulacionista todos sus functores terminan por convertirse en cerrojos y cámaras de vigilancia formando un suelo donde filosofía y pensamiento serán concebidos como un enorme contenedor al que ir echándole cosas – así, grosso modo – sin ton ni son a pesar que el sin-sentido de ello sea el propio sentido de la Clausura.

Cuando Morente piensa que la metafísica y la filosofía versan sobre el Todo o, en un sentido más light Universo (sobre lo que todo versa) no imposta nada. El problema no adviene cuando la filosofía se ocupa de lo Universal aun teniendo en cuenta lo particular, lo regional, lo global, etc. No. El problema llega cuando se intenta formalizar la filosofía y hacer como si la filosofía fuese una ciencia; llega todavía cuando circunloquios, rodeos y eufemismos se conjugan como la tapadera de la trama del dogmatismo. De nuevo aparece Deleuze, porque Deleuze es lector – al igual que Morente – de Henri Bergson. Más allá de éste, la filosofía trataría de realizar análisis dinámicos, cortes que capten y prosigan el movimiento de la materia, de la intensidad: Un análisis hecho de líneas, no de puntos. Un ejemplo de esta filosofía multilineal es la filosofía deleuzeana, riquísima en conceptos, en sugerencias e invitaciones. Incluso el grueso de su obra inicia la cartografía y la navegación de lo no-humano, por mucho que le pese a algunos. Eso sí, no será la última cartografía que se realice al respecto, como tampoco la filosofía ha quedado acabada con él ni dedicada en exclusividad a eso que se ha convenido en llamar ‘lo práctico’ o ‘lo aplicado’ (caso de las éticas dialógicas, el pragmatismo rortyano, y un largo etcétera). En caso de asumir que la filosofía acaba con Deleuze, tendríamos que reconocer al mismo tiempo que hemos hecho de Deleuze un corte inmóvil, un calco o pagoda.

Sea como fuere, no nos preguntemos qué puede ofrecer la filosofía a la ciencia o al arte; preguntémonos cómo puede ayudar la ciencia o el arte – o ambas disciplinas – a la filosofía. Preguntémonos más bien por el cómo funciona, más que por el qué es la filosofía. Respecto a la primera aseveración deleuziana, cabe decir que es una elegantísima, fina respuesta indirecta a la propuesta de Moritz Schlick quien define la filosofía como “Reina de las Ciencias” sin ser ella una de ellas. Bien, pero es que en la segunda aseveración, la pregunta por el cómo ha sido malentendida por muchos lectores de Deleuze. No se trata de ver o contemplar cómo funciona – pongamos por caso – la filosofía hegeliana. La cosa no se detiene ahí, y no basta con decir simple y llanamente ‘qué bien, ahora vayamos a lo práctico’. La pregunta por el cómo nada tiene que ver con la contemplación ni con el análisis atávico y doxológico de lo pensado. La pregunta del cómo implica un esfuerzo y una mínima capacidad de discernimiento crítico-clínico, incluso un discernimienzo esquizoide. La pregunta por el cómo no es sólo la disposición de una filosofía sobre una mesa de disección; es la filosofía moviéndose, es esa filosofía trabajando, cayendo y produciendo (working, fa[i]lling and producing = it works). Por eso Morente expresa su fascinación por la historia maquínica de la filosofía, o Mecanofilosofía.



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